En días pasados, el Gobernador del
Banco de México, acompañado por los cinco subgobernadores, presentó el “Informe
Trimestral, abril – junio 2014”, en cumplimiento al artículo 51, fracción II,
de la Ley del Banco de México. Este documento contiene una descripción y
análisis sobre el entorno macroeconómico que enfrenta el país, con énfasis en la
variabilidad de precios, para conocer el estado actual y la tendencia de la
inflación.
En el apartado “Previsiones para la
Inflación y Balance de Riesgos” del documento referido, destaca el ajuste hacia
abajo en el crecimiento económico de México para este 2014. En el “Informe Trimestral,
enero – marzo 2014” –previo-, se estimó que el intervalo para la tasa de
variación del PIB estaría entre el 2.3 y el 3.3 por ciento, y en la publicación
más reciente, se estableció en el rango de 2.0 al 2.8 por ciento. Se argumenta
que una de las razones que motivó la reconsideración a la baja fue la
diferencia que resultó entre el dato de crecimiento que reportó el INEGI (0.28
por ciento para los tres primeros meses de este año en relación con el periodo
octubre – diciembre de 2013), y la cifra que esperaba el banco central (0.6 por
ciento). Otra explicación fue la limitada recuperación que tuvieron los
componentes de la demanda interna; es decir, los gastos que llevaron a cabo los
agentes económicos agrupados en categorías como “consumo”, “inversión” y “sector
gubernamental” no fueron lo suficientemente altos como lo esperaban los
analistas del Banco de México (Banxico).
Ese ajuste o caída se le asigna un
calificativo no positivo para la vida económica del país, y punto de partida
para el debate. Además, se acumula a la histórica discusión sobre el tema: ¿por
qué México no puede crecer económicamente a los niveles de otros países?, ¿qué
se necesita hacer?
Hay múltiples recetas, recomendaciones
o estrategias para responder a las dos interrogantes establecidas. Los episodios
que se han vivido en el país representan la prueba de la constancia por
impulsar el crecimiento económico. Teniéndose, ejemplificando, el modelo de
sustitución de importaciones que comenzó su aplicación durante el sexenio de
Manuel Ávila Camacho; después siguió el modelo de desarrollo estabilizador
(1958 – 1970); posteriormente, se cambió hacia el modelo de desarrollo
compartido (1970 – 1976); prosiguiéndose con el modelo de desarrollo acelerado
(sexenio de López Portillo), y en la mitad de la década de los ochentas del
Siglo XX, se inició con el modelo neoliberal.
La lista anterior manifiesta que se
vivió y experimentó con varios modelos económicos. El más exitoso fue el modelo
de desarrollo estabilizador que logró alcanzar resultados importantes,
caracterizándose por una etapa exitosa y de añoranza denominada el “milagro
mexicano”, los registros dan constancia de tasas de crecimiento en el PIB del
orden del 6 por ciento. Sin embargo, se tuvo que cambiar la estrategia para
enfrentar varios problemas que se acumularon para los primeros años de la
década de los setentas; entre éstos: el financiamiento de la deuda externa (la
situación se agudizó durante los ochentas, y era común escuchar de la vox populi la frase graciosa de la deuda
“eterna”) por parte del sector público, el déficit en la balanza de pagos, y la
no atención a la demanda de que –efectivamente- se creció pero que no se
reflejó en una mejora en el nivel de vida de los mexicanos; las complicaciones
“explotaron” y se manifestaron con la aparición de la primera crisis económica
durante 1976, repitiéndose esta misma situación cada seis años hasta 1994.
Así que, a mediados de la década de
los ochenta, se estableció y fomentó un cambio en el modelo económico del país
bajo los ideales del neoliberalismo; surgiendo reformas sustanciales como: la
apertura comercial (la adhesión de México al Acuerdo General sobre Aranceles
Aduaneros y Comercio, GATT, en 1986, y la firma del Tratado de Libre Comercio
con América del Norte que entró en vigor en 1994); la autonomía para Banxico;
la venta, fusión o liquidación de empresas a cargo del gobierno; renegociación
de la deuda externa; reprivatización del sistema bancario, y se trabajó para
evitar las fluctuaciones económicas.
A casi treinta años de la puesta en
marcha del modelo neoliberal, se sigue con el esfuerzo por diversificar las
relaciones comerciales de México y se mantiene la firme convicción por mantener
la estabilidad económica. Esto significa, lograr los niveles adecuados en la
tasa de inflación, tasa de interés, riesgo-país, presupuesto público, tipo de
cambio (dólar-peso), reservas internacionales, saldo en la balanza comercial,
deuda pública, y para finalizar con el listado, hay que agregar el blindaje
económico con el que se cuenta (línea de crédito concedida por el Fondo
Monetario Internacional). Lo anterior ayudará para que los inversionistas (residentes
y no residentes en México) se animen a emprender proyectos, teniendo como base
la seguridad y la certidumbre que necesitan para la recuperación de sus
recursos, y la obtención de ganancias.
Adicionalmente, hoy en día, se está
presenciando la promoción y puesta en marcha de las llamadas reformas
estructurales (laboral; educativa; energética; telecomunicaciones y
competencia). En el tintero, la agropecuaria. Se reconoce que la más importante
es la tercera. Se considera que la actual administración federal emprendió una
iniciativa de alto impacto, que va a trascender en la historia porque traerá
consigo un cambio en la inercia económica, y significa el éxito más importante
que podrá concretar el titular del Poder Ejecutivo en lo que resta de su
sexenio. Esta acción se compara al episodio que se vivió hace veinte años con
la entrada en vigor del acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá
(por cierto, también faltan pocos meses para el vigésimo aniversario del “error
de diciembre”).
Se está pensando que la reforma
energética vendrá a ser el motor de la locomotora que impulsará a los vagones.
Llegarán inversiones, y con ello, la generación de oportunidades laborales que
combatirá el desempleo, la subocupación y la informalidad en el país. Se
pronostica un efecto multiplicador o en cascada hacia el resto de los sectores productivos.
Sí es así, habrá que esperar y ser pacientes para que los efectos “macro”
impacten sobre los “micro”.
La situación económica actual del país
no es una casualidad, sino que es el acumulado de lo que se ha hecho o se ha
dejado de realizar. Se reconoce un rezago histórico, no obstante, se ha
mejorado la vida de los residentes en México. Se tiene más infraestructura en
comparación con el pasado, pero se discute que se podría estar mejor, y hay
voces que afirman que este segundo bloque de reformas tendrá –necesariamente-
que complementarse con otras iniciativas.