lunes, 8 de septiembre de 2014

A propósito del segundo informe de gobierno 2013 – 2014: la productividad.

El Presidente del país entregó por escrito el segundo informe de su administración (de acuerdo con la normatividad), y adicionalmente, dirigió un mensaje a la nación al día siguiente, desde el Palacio Nacional.

En el discurso sobresale, el momento de transformación que se vivió en la nación durante 2013, por las reformas en materia de telecomunicaciones, competencia económica, energía, financiera y hacendaria. Y el propósito que se perseguirá con estos cambios será el impulso de la productividad, que permitirá sentar las bases para un mayor crecimiento económico, sostenido e incluyente.

La lógica de esa cadena de efectos – causas parece, se dice, o se escucha fácil. Es decir, las reformas estructurales influyen en la productividad, y a su vez, está impacta sobre el crecimiento económico. Sin embargo, el conocimiento y el análisis de estos tres eslabones, permitirá conformar una opinión para calificar sí será sencillo o no el camino ya marcado para las épocas futuras en el país (obviamente, desde una perspectiva teórica general, sin entrar a los detalles técnicos que puedan demandar; además, no se trata de agotar el tema en esta entrega).

Se comenzará con el abordaje del segundo eslabón. Surge la primera interrogante sobre su definición. Para superar este obstáculo, se remite a lo que se estableció en el Plan Nacional de Desarrollo 2013 – 2018, y en particular, al apartado VII que versa sobre los indicadores. Ahí, se identifica que el referente es el Índice Global de Productividad Laboral de la Economía que publica el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), que consiste en dividir el índice del PIB (Producto Interno Bruto) real entre el índice de horas trabajadas, y al resultado se le multiplica por cien. Otra forma de medirla es tomar en cuenta el número de trabajadores (o puestos de trabajo) que estuvieron involucrados en el proceso de la producción. Sin embargo, el problema es que a veces resultará difícil el comparativo, puesto que, hay jornadas laborales desiguales. Por esta razón, se prefiere conservar en el denominador la cantidad de horas trabajadas.   

Lo ideal e importante sería que el valor obtenido después de las operaciones matemáticas descritas, tuviese una tendencia a la alza a través del tiempo, y dependerá de varias combinaciones. Una de ellas es que la producción obtenida crezca en términos reales, manteniendo constante el número de horas trabajadas; o que, la primera se mantenga igual, mientras que su denominador baje (menor tiempo que se dedica a las actividades laborales). También, puede suceder que las dos suban, pero que el producto lo haga a un ritmo superior en relación con la cantidad de horas dedicadas a la fabricación. Otra opción es que ambas bajen, sin embargo, el número de horas trabajadas presenta un ritmo mayor en su caída al compararse con el volumen producido.

Asimismo, la baja productividad laboral se podrá explicar a partir de las mismas combinaciones del párrafo previo. Que la producción baje, dado el número de horas trabajadas; o que, la primera se mantenga constante, mientras que es mayor el tiempo que se dedica a las actividades laborales. Puede suceder, que ambas bajen, pero que la variable del numerador lo haga a un ritmo superior que la ubicada en el denominador. Y finalmente, que las dos suban, no obstante, el número de horas trabajadas presenta un incremento más que proporcional al producto generado.
La explicación “técnica” anterior lleva a pensar sobre cuál debería ser la combinación que se necesitaría en México para que se logre, cada día, el objetivo por ser más productivos. En el papel, lo adecuado sería el incremento en el índice del PIB real y –simultáneamente- que se dedicaran menos horas laborales a la generación de los bienes y servicios.

Y para una última reflexión sobre el tópico, se describe la información que publicó la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y que servirá para fines comparativos. Destaca que en un año, los mexicanos laboran –en promedio- 2,250 horas; en contraste, el trabajador de los países miembros de la OCDE, le invierte solamente la cantidad de 1,776 horas. El problema es que a pesar de la diferencia en tiempo (474 horas), los mexicanos perciben un ingreso disponible, aproximadamente, de 12,500 dólares, que resulta menor a lo que obtienen los extranjeros (23,000 dólares); estos hechos, invitan a la revisión sobre la productividad laboral, así como, de otros factores como: los avances tecnológicos; los recursos monetarios para la investigación y el desarrollo; el registro de patentes; el nivel de educación de la mano de obra; los impactos de la reforma laboral; la propuesta del Jefe de Gobierno del Distrito Federal sobre el aumento al salario mínimo y su impacto en la inflación (la tasa de crecimiento de los precios), etc.

¡Así que, no será sencillo!

   
















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